Arnon Grunberg, El refugiado
"-Diablillo, ¿es esto el Armagedón? Tú tienes que saberlo, tú eres mi sabelotodo.
Beck negó con la cabeza, no sabía nada, sintió que le pellizcaban la mejilla, que le empujaban, que la gente intentaba hacerse con más espacio del que había, y que él los apartaba. Y entonces, a través de la carne humana, a través de piernas, manos, brazos y espaldas, vio el rostro de Sosha. No llevaba máscara, se había sentado en el suelo o la habían tumbado contra el suelo. La miró a los ojos y entonces comprendió lo que quería decir su mujer con eso del animal herido que se arrastraba hacia su madriguera. Beck miraba lo único que aún estaba vivo en el cuerpo de Sosha: sus ojos. Y esos le devolvían la mirada por entre la carne de putas y clientes. Esos ojos le parecieron taimados, casi ruines, y también negros, negros como boca de lobo. Parecían querer decirle: “Me he dejado arrastrar hasta aquí, así es como recordaré el mundo, así es como recordaré tu mundo, pues éste es tu mundo, Beck. Esto es lo que dejas atrás, Beck, así es como te recordaré, esto es lo que queda de ti”
- ¿Me oyes, diablillo?"
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