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A veces cuando me sentaba en la ventana de mi habitación cárcel, el viento traía consigo la triste melodía de una guitarra acústica que a mi parecer sonaba destemplada. No me importaba que sonara así, me gustaba esa melodía, se acoplaba a la perfección a mi situación: niña encerrada, triste/ guitarra destemplada, triste/ un acorde, una lágrima; ambos ritmos sincronizados a la perfección. Años después, cuando empecé a ver y a entender películas, me hice a la idea de que desde muy niña era afortunada al tener banda sonora propia, banda sonora que me acompañaba sin tener que darle play a un equipo de sonido, armonía que llegaba con el viento, de la nada… banda sonora que dejó de sonar de repente al aparecer Debby en mi vida. Recuerdo que Debby una vez intentó reproducir esa melodía con una guitarra que pidió prestada claramente para eso en una casa de empeño, pero fracasó, ¿y cómo iba a tener éxito si nunca la escuchó?, Debby, Debby.
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Debby mira el pavimento mientras, obligado a punta de pistola por dos hombres de La Tullida, camina a paso lento, saliendo de la terraza de este hospital. Estoy arrodillada detrás de un cubo de basura, observo la situación. Me muerdo el labio inferior con ímpetu y no puedo parar de arrancarme con los dedos los cueritos sueltos que tengo al lado de las uñas. No puedo evitar llorar, no era esto lo que quería… Quiero gritar… si grito entonces no le van a creer a Debby que alcancé a escapar y él no… qué plan tan “genial” el dejarme sola, que buena "solución"… Mierda, Debby, no te tenías que sacrificar. Definitivamente, a veces, los hombres no entienden nada…
Debby, iré por ti. Te amo.
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