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Ella tiene un tic nervioso que consiste en que cierra intermitentemente un solo ojo y se muerde el lado derecho de su labio inferior. El tic se le aumenta más en situaciones como esta, en las que el caso es de vida o muerte y no hallamos la forma de escapar de la terraza de este hospital. De esta no podemos salir, quizás nuestra aventura llegué hasta aquí. Otro fracaso más en mi vida. Tal vez, ella, luego, se avergüence de mí. Me mire de la forma en que suele hacerlo cuando ve por la calle a un indigente o a un niño desamparado.
- Natty, recemos.- le digo.
- ¿Qué? – Pregunta ella.- ¿Me estás hablando en serio?
- Sí.
- No te creo, y si es así ¿le rezamos a tu Dios?
- El único Dios.
- Puaff, qué esperanzas. Prefiero rezarle a la contra de tu Dios, al que llaman Satán, estadísticamente tiene menos muertos encima.
- No digas esas cosas,… ya sabes.
- No digas tú esas cosas,… ya sabes.
Porque a veces ella me diga palabras como “Muérete”, “Púdrete”, “Malparido” “Hijueputa” o frases como “Te odio, Debby”, “Si eres tan católico, hazte cura y viola a un niño”, “Metete un palo culo arriba y muérete, Debby”, sé que le gusto… o… de alguna manera, ella conmigo encuentra la forma de combatir su soledad… me dijo alguna vez que en su infancia tenía a una amiga imaginaria a la cual bautizó: Soledad… Cuando le dije que bautizar así a una amiga imaginaria era algo estúpido, algo de gente que oye Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Ricardo Árjona o algo así parecido, me tiró una olla con agua hirviendo, que por fortuna no estaba lo suficiente caliente; todavía tengo la cicatriz de las quemaduras de segundo grado en los pies.
Ella empieza a sollozar. No pierde la oportunidad de llorar a moco tendido; dice que así eleva su espiritualidad. Pero su llanto es ahogado; me recuerda a un personaje de un dibujo animado llamado Pulgoso, que se reía sin emitir sonido. A pesar de que la dejo llorar, siempre me reclama el por qué la dejo llorar. Cuando trato de evitarlo, igual me reclama el por qué trato de evitarlo. Mujeres.
Pienso en una solución extrema.
– Natty, ya sé qué hacer para salir de esta con vida.- le digo.
Ella me mira. Como si esto fuera obra de un director de fotografía de cine, la luz de la luna ilumina perfectamente su rostro. Sus ojos y sus lágrimas dan un brillo perfecto.
- ¿Qué Debby, qué vamos a hacer, que no sea rezarle a un asesino?- me pregunta ella.
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