lunes, 30 de abril de 2007

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció
un cigarrillo.
Ignacio Wild

5. DANA

-¿No trajiste fotos? – dice un hombre muy grande, gordo, con canas y la nariz chata. -¿Para que viaja uno a otro país si no trae fotos?

- No sé, mi vida allá se complico. - Le responde Dana.

- Sí, pero al menos hubieras tenido la delicadeza de tomar alguna foto.- El hombre agita su puño en el aire y se impacienta. Suda frio.- ¡Quiero saber como se veía mi chica en la Argentina! ¿Es mucho pedir? Por ejemplo: ¿por qué tú pelo está más blanco?

- ¡Tuve que hacerlo!- responde Dana.- Ese chico, James, fue algo especial para mí. Nunca conocí a alguien más especial que él. Gracias a Dios que se me puso por delante un...

Esto no me va llevar a ninguna parte, debo centrarme en Dana. Si quiero saber en realidad lo que pueda ella estar haciendo en este momento, no debo inmiscuirme en mis relatos. Dana nunca se enamoro de mí. El mundo no gira en torno mío. Eso es lo que me decía mi padre: “Tomás, el mundo no gira alrededor tuyo”. Siempre quise creer que mi padre estaba equivocado, pero no, simplemente soy otro tipo más al que le brilla la nariz cuando está emocionado. A todos nos brilla la nariz, sí. Pienso en que: De verdad que es extraña la manera en que se embrollan las vidas de las personas y luego es más extraña la manera en que ese embrollo llega de nuevo a su fin.

DANA Y LOS CIGARRILLOS


Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció un cigarrillo.

Ignacio Wild

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció un cigarrillo.
Ignacio Wild

4. LEJOS DE LA CHICA

09/19/2004 –15:00 h. Nunca odie tanto algo en mi vida como esa mancha de color marrón que llevo viendo cinco días en el techo. Cada día cambia de forma, un día es un país, otro día es Winnie the Pooh, otro día es un vietnamita en un inodoro, otro día es mi padre convaleciente en una cama, otro...; Quisiera no verla, pero, aunque intento, no puedo darme vuelta en la cama. Alguna vez, en una tercera cerveza, le dije a Dana: “Odio salir a caminar, odio a los chicos de mí edad que me odian, odio a las chicas de mi edad que también me odian, odio los días festivos, odio la gente que dice que odia todo, pero, lo que más odio en la vida, es quedarme despierto en la cama después de las cinco de la mañana. ¡Además, te confieso, odio esta ciudad en lo más profundo de mi ser! Buenos Aires huele a caca de perro”.


Ella en eso me dio la razón, pero yo proseguí: ”Vivo aquí desde los diez años, cuando mi padre –colombiano y alcohólico-, en medio de uno de sus delirios, quiso venir a buscar a mi madre a la Argentina. Naturalmente nunca la encontró, mi madre no era argentina, sino paraguaya. Nunca la conocí, excepto por fotos. Aparte de su acento, las paraguayas me gustan. Una vez tuve una relación tortuosa con una de ellas. Cuando caí en la cuenta que llevaba el mismo camino de mi padre me dejé crecer el bigote y entonces la chica paraguaya se hizo lesbiana; creo que creyó que me quería parecer a Freddy Mercury y quiso seguirme, ella quería ser Madonna. Mi padre murió años después de instalarse aquí en la Argentina -murió de una cirrosis crónica por combinar whisky con vino- y tuve acceso a su plata ahorrada. Actualmente no hago nada, salvo escribir biografías mías y arrojarlas por debajo de las puertas”. Naturalmente, y como ya me tenia acostumbrado, Dana no entendió un rosco.

09/20/2004 –10:20 h. Es un hospital lúgubre. La habitación es pequeña, sus paredes son grises y una raya verdusca la atraviesa casi toda. Pienso que eso es la vida, una raya verdusca que atraviesa casi toda una pared. Hace mucho calor y hace cinco días exactos que no suena el teléfono. Al parecer me muevo en un código secreto de cinco días.

14:33 h. Tras de muchas conclusiones tengo la teoría de que si adelgazo tal vez me crezca el pene. No me han dado de comer en seis días y, con esto, rompí por fin el archicódigo secreto de los cinco días.

Una enfermera entra en la habitación con una bandeja que lleva pollo al horno, calabaza, una sopa rara, flan, galletas de agua y un vaso con agua. Al parecer voy a comer.

09/21/2004 –12:15 h. Con los brazos agujereados como queso salgo del hospital después de siete días.

17:14 h. Salvo por una nota que encuentro en la nevera, no tengo la menor idea de donde se encuentra Dana. La nota dice: “James, quiero que te mejores. Quizás nos vemos pronto. Dana”.
Ahora caigo en cuenta que ella nunca me dijo Tomás, que siempre me llamó James.

20:25 h. A pesar de que el doctor me prohibió fumar nunca más, enciendo un cigarrillo. Recuerdo que una vez dijo mi padre: “En la guerra y en el amor siempre se debe tener un cigarrillo encendido en los labios”. Quizás él vivía en guerra y siempre estuvo enamorado porque el final de su vida se debió en parte al cigarrillo. De sus frases celebres esa es la que más me gusta.

DANA Y LOS CIGARRILLOS


Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció un cigarrillo.


Ignacio Wild




domingo, 29 de abril de 2007

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció un cigarrillo.

Ignacio Wild


3. LA CHICA

“¿Dana, te puedo cortar los dedos uno por uno? Con mostaza saben riquísimos”. Sus frases favoritas en español se limitan a “Tengo jaqueca”, o “Soy alérgica a la aspirina”, por lo demás no es que entienda mucho, así que por eso me permito decirle ese tipo de cosas. Ella solo ríe y asiente desprendiendo diversos ruiditos de su boca. Algo parecido a una gata en celo. Eso me gusta. Imagino una Cat Fight entre la Coca Sarli y ella. Por supuesto, como tributo a todas esas tardes en las que mi gran ideal era pasarme todas las mañanas tumbado en la cama pensando en las tetas de la Sarli, la Sarli siempre será la ganadora. Dana es caso aparte.

Tiene el cabello corto y rubio, casi llegando al blanco. Tiene ojos azules que resaltan de su tez blanca, y en ocasiones brillan en la oscuridad. Sus labios son pequeños y encajan perfectamente con sus dientes blanquísimos y sus cigarrillos mentolados favoritos. Su estatura es baja comparada con el metro ochenta que mido yo. Sus senos son de talle treinta y cuatro y en ocasiones no utiliza brassier - me doy cuenta de esto porque sus pezones están en constante erección, quizás por el frío-. Es delgada tanto como yo. También, por lo que puedo deducir, por el tatuaje en su hombro izquierdo, es fanática de Winnie the Pooh.

Desde niño siempre odie a Winnie the Pooh. Tenía un sueño en el que Winnie the Pooh me perseguía torpemente con una sonrisa mientras me gritaba: “¡Me fumaré tu salchicha como un habano cubano!”. Al final del sueño esa sonrisa se convertía en algo así como en sopa de miel, zanahoria y jugo de fresa. Entonces me despertaba. Soy anti sopa y odio que me comparen con Mafalda. Odio a Mafalda.

*

Después de una noche, especialmente echada a perder, Dana me dijo que si caminábamos un poco. Al final, fui por mi campera, mi bufanda y accedí.

Todo el camino, veinte cuadras exactas, le hablé de lo cansado que estaba, que deberíamos parar la joda, que el cuerpo humano no está hecho para recibir tanto alcohol y drogas juntas, que lo recomendable es dormir ocho horas diarias. Que también sería bueno comer de vez en cuando. Pero ella simplemente me apretaba el brazo, me sonreía y me decía: “Hoy bailar también, James”. En realidad, yo quería pensar en otra cosa que no fuera Dana y lo difícil que es tratar de tragarse -con muchas cervezas encima y por impresionar a la chica- una bola de billar.

Le respondí: “Eso está bien Dana. Estoy hecho pedazos, la resaca me está matando, esta mañana vomité sangre, la mandíbula -de tanto abrirla- también me duele y, la verdad, estoy sin un centavo; pero bueno, viendo lo insaciable que sos y esa carita tuya, tus ojos, los cuales ya te dije los quiero sacar cuando yo atraviese mi estado más masoquista posible, no puedo negarme. Voy contigo hasta el fin del mundo. Así que vamos a bailar esta noche”. “Cool” me respondió y luego, como por inercia, añadió: “Antes pasar por una peluquería. Desde que venir a la Argentina me creció el pelo a borbotones”.

No sé de qué habla uno cuando uno habla de borbotones, pero le creo a Dana todo lo que ella me diga. Tal vez cuando uno viaja a otro país le crezca el pelo a borbotones.

Entramos en la primera peluquería que vimos después visitar otras treinta peluquerías más. En ninguna otra le coloreaban el pelo como ella lo quería, y en esa tampoco, pero por fin, le agradecí a Dios, dijo que ya no quería caminar. Lo primero que hizo fue sentarse en la silla y pedir que su pelo fuera más corto y de un color más blanco. Al final también me convenció de que también llevara el pelo más corto y más negro. Pensé: “Soy Tomás, el hombre cuyo pelo parece una peluca”.

*

A Dana le gusta The velvet underground and Nico y el café. A mí me gusta el café y también The velvet underground and Nico. Por hacerme el inteligente le dije: “Lou Reed, as single is bad!” –La verdad Lou reed como solista apesta, pero me vale un coño-. Ella me respondió encogiéndose de hombros: “I don’t care”.

Buena respuesta, es como una señal. Supongo que a ella no le importa nada, y por eso vinimos a tomar café en un sitio llamado El inmaculado, que no sé porqué se llama El inmaculado porque la verdad este sitio no tiene nada de inmaculado. La pintura de las paredes se cae a pedazos en las mesas de madera que están roídas por quien sabe qué - me imagino que tal vez por una rata gigante que se llama Splinter-, los meseros no llevan uniforme, pero uno de ellos sí que lleva una camiseta con un logo que dice “Johnny Ramone is death” -nadie se lo discute-, y por lo general parece que nunca hubieran hecho la limpieza. Supongo que el dueño del lugar sí es bastante inmaculado, o quizás su apellido sea Inmaculado y, a juzgar por el sitio del que es dueño, es cómplice de algún asesinato.

*

Mis sospechas de que en este sitio hubo un asesinato aumentan cuando nos traen el café. El café sabe a todo menos a café y Dana, de inmediato, quiere vomitar. Yo también quiero vomitar.

-¿Dana?- le digo.
-What?- me responde.
-Sabes Dana. Alguna vez escuché una frase que decía: “Al que vomita Dios le ayuda”. Dios ayuda por todo, y francamente me pregunto por qué no creo en él. Tal vez si creyera en él todo estaría mejor, ahora todo está más o menos por la mitad. Aunque no tengo muy claro qué es lo que es “está por la mitad”. Mi padre solía decir todo el tiempo, cuando bebía vino con sus amigos y llegaba a casa como una cuba: si realmente hubiera roto la crisma de tu mamá cuando se fue en lugar de estar fantaseando con la idea de cómo hubiera sido romperle la crisma a tu mamá cuando se fue. Al menos entonces todo estaría bien jodido de verdad. Ahora todo está solo por la mitad.”- le tomo una mano- ¿Qué crees que es la mitad, Dana?
-I don’t not James. No te entender muy bien. ¿Decir algo de un body partido a la mitad?- me responde.
-No, nada partido a la mitad. Si así fuere, el único cuerpo a la mitad sería el tuyo- le digo.
-Creo voy a vomitar- me responde.

-De acuerdo- le respondo.

Se levanta de la silla y, rápidamente, corre hacia los toilettes. Yo la sigo de cerca y allí, en el toilette, vaciamos esta vida y la otra en el inodoro. Mientras ella vomita, la escucho gritar constantemente en español a través de la pared que nos separa: “¡Todo es una mierda, la puta que te parió!”. Suele suceder que cuando uno está aprendiendo un idioma extraño siempre se aprende primero las malas palabras. Yo miro mí vomito, es sangre de nuevo; nunca en mi vida había vomitado sangre, salvo un día en que en un partido de fútbol me pegaron en la cara con la pelota y yo ni siquiera jugaba, solo era un simple espectador. Pero por la nariz sí que he sangrado desde chico. En la escuela siempre manchaba las hojas donde escribía y entonces las hermanas Mercedarias creían que me agarraba a golpes con mis compañeras. En ese tiempo odiaba a las niñas; hoy, secretamente, sigo haciéndolo. Pero, me dejo contagiar del espíritu de Dana y también grito en ingles: “I love George Bush!”.

sábado, 28 de abril de 2007

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me
ofreció
un cigarrillo.
Ignacio Wild

2. YO, TOMÁS

Hace tiempo dejé de creer en las personas. Hace tiempo dejé de creer en mí. Hace tiempo dejé de creer en la lluvia, y hace tiempo dejé de creer en el regocijo que brinda la oscuridad. De hecho, hace tiempo dejé de creer que hay que creer. Pero, a veces pasa que una sola persona, de carne y hueso e insignificante, te cambia el mundo de un tirón. Suele suceder con mucha frecuencia, o eso al menos es lo que me decía mi padre cuando llegaba a la casa después de trabajar y entonces se colocaba a observar las fotos en donde, supuestamente, alguna vez estuvo mi madre, antes de irse para no volver nunca más, al lado de un avestruz. Él decia:

“Tomás, esto suele suceder todo el tiempo y no puedes escapar. Y te das cuenta porque empiezas a ver a la molesta, flatulenta y gorda señora que está sentada al lado tuyo en el colectivo, y que uno quiere estrangular a toda costa, como simplemente la señora que está sentada al lado tuyo en el colectivo, y entonces le sonríes. Te das cuenta porque tal vez piensas que quizás si te tiras por la ventana puedas volar como superman. Lo digo en serio. Yo me tire por la ventana, y lo único que obtuve fue una fractura de cuatro grados en el pie izquierdo y no poder jugar al fútbol nunca más como un diez”.

Eso es verdad. Mi padre nunca fue un diez. En la escuela nunca lo ascendieron de otra posición que no fuera ser arquero, y entonces compuso una frase que solía repetir todo el tiempo:

“Sepan, arqueros de todo el mundo, les deseo la muerte, lenta y lo más dolorosamente posible”.

Yo creo ciegamente en esa frase, pero, aunque sé que si mi padre se hubiera propuesto verdaderamente jugar como un diez, nunca lo hubiera logrado. ¿Saben? Justamente, en este momento, me doy cuenta que Dana le dio un giro de ciento ochenta grados a mi vida. Ahora fumo cigarrillos suaves que dejan mi aliento fresco, me erizo el pelo con gel y solo uso camisetas con un estampado de tres por cuatro que dice “I hate the world, because is so stupid”. Dana se ríe. Me encanta su sonrisa.

“¡Oh, Dana, oh, Dana, sweet Dana, oh, Dana... oh, happy day!”.

*

Llevo un sable Jedi y me considero un mercenario. Eso es lo que digo siempre que salgo de casa y por alguna extraña razón algún policía, con un parche en el ojo, me dice:

“¿Chico, eres mayor de edad? No puedes beber cerveza, cantar, y luego tirar la botella por los aires. Puedes lastimar a alguien”.

De chico quería ser un cantante que entornara los ojos. A medida que crecí ya no me importó ser un cantante. A medida que crecí, solo me importó saber entornar los ojos y simular que cantaba. Cantaba karaoke. Una vez tuve una banda musical, se llamaba No nos importa nada, naturalmente, yo era el único integrante; nadie quería ser parte de una banda musical en la cual su única filosofía precisamente no era hacer canciones, sino saber entornar los ojos en el escenario. En mi único concierto me rompieron la cabeza con una lata de cerveza. Esa fue la única cerveza que bebí esa noche.

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me
ofreció un cigarrillo
.
Ignacio Wild.

1. LOS CIGARRILLOS

Un paquete de cigarrillos y una zipo antiguo que me regaló mi padre antes de morir siempre me acompañan donde vaya. "Hijo, este encendedor era de mi abuelo- dijo cuando aún agonizaba y su saliva volaba por la habitación, mientras yo tenía la cara empapada y, como era verano, sudaba a chorros.- lo obtuvo cuando aún era un chico, y me lo regaló cuando partió a la guerra, una guerra que no era suya". Nunca supe en qué guerra luchó mi tatarabuelo, pero alguna vez me imaginé que quizás fue en Vietnam. En mi top five de películas favoritas la primera siempre fue Full Metal Jacket.

*

Ella viene de Polonia. No conozco Polonia, pero supongo que la gente allá es bonita. Ella seguro es bonita. En las fotos que envió, vía mail, su rostro siempre estaba detrás de los brazos regordetes de un hombre muy grande, con canas y la nariz chata. Nunca pregunté quién era ese hombre. Yo decidí creer que era su novio. Las mujeres bonitas siempre tienen novios gordos, canas y la nariz chata.

Tengo que comprar cigarrillos. Ese es uno de mis momentos favoritos del día. A pocas personas les he contado que tanta espera siempre me termina matando.

Miro por el rabillo del ojo a un hombre que está al lado mío. Es bastante grande, gordo, y lleva silla de ruedas. Todo este mundo está lleno de hombres gordos. El hombre dice:"Esto no puede ser". Yo digo que lo que no puede ser es que un hombre tan grande y gordo quepa en esa silla de ruedas. Un poco después vuelve a decir el hombre:"la extraño mucho." y luego llora. Yo hace mucho que no lloro y no extraño a mucha gente. De chico quería llevar, como en Full Metal Jacket, un casco de guerra que dijera BORN TO KILL, y una cámara fotográfica colgada al cuello. Nunca tuve una cámara, y en lo demás tampoco un casco de guerra. Eso sí que lo extraño.

Recuerdo que en este mismo aeropuerto despedí a varios de mis amigos. Uno por uno se fueron yendo. Estaban aburridos del mate decían, y no los culpo. Tampoco los extraño, pero en esa ocasión sí que llore. Quisiera pensar que lloraba por el humo del cigarrillo, pero no. Cuando ellos se fueron sé que algo murió en mí, no sé qué. Nunca conocí a mi madre, pero seguro que de todo esto hubiera dicho: "Hijo, cambia esa cara, parece que algo murió en ti". A mi padre si lo conocí pero nunca dijo nada. En una ocasión sí que recibí un comentario, yo estaba escuchando Girlfriend in a coma de The Smiths a todo volumen y una chica se me acercó y me dijo:"Esa música es de viejos, yo llevo coloreado el pelo de rojo, algo murió en ti". Anteriormente conocí a muchas chicas con el pelo rojo que siempre me dijeron que yo era viejo. Considero que no soy viejo, no soy joven, no soy nada. Solo soy alguien que espera mujeres bonitas que vienen del extranjero, fuma cigarrillos y tiene una zipo que era de su tatarabuelo. Eso sí que lo hago bien.

En su último mail ella decía que vendría de pelo corto y que fumaba como loca. Creí que con eso bastaría, pero ahora me doy cuenta que no, que quizás le debí pedir otra indicación. Todas las mujeres extranjeras que salen de migración llevan el pelo corto y todas tienen cara de que fuman como locas. No llevo un letrero con su nombre porque nunca lo supe. Varias veces se lo pregunté. Ella me lo dijo, pero yo estaba demasiado concentrado mirando otras cosas. Tengo una gran colección de videos y fotos porno en mi computadora.

Le pregunto a todas las chicas extranjeras que veo:“ Where are you from?” y varias de ellas me responden: “What?”. Mi inglés es malo, pero les digo mi nombre. Eso no sirve de nada porque recuerdo que a la chica nunca le dije mi verdadero nombre. “eh, yo soy... este...” “What?”. Al final una de las chicas sí que me responde: “¿Eres James?”. Sí, soy James, ahora recuerdo que tal vez dije ese nombre. Ella me sonríe, me dice en español que se llama Dana Wersocka, y que está encantada de conocerme. Yo también me siento encantado de conocerle, de verdad que es bonita. Quizás es el rostro más bonito que yo haya visto. “Eres muy bonita. Estoy encantado de conocerte. Mi verdadero nombre es Tomás Wild ¿Así que fumas como loca?”.

Caminamos hacia la salida del aeropuerto y ella lleva varías maletas; al parecer muy pesadas porque se queja mucho. Yo soy alérgico a cargar cosas pesadas, así que no le ayudo, ni tampoco le digo que existen personas que por tres pesos te cargan las maletas.

-¿Sabes Dana?- le digo.
-¿Qué?- me responde.
-¿Nunca te ha pasado que cuando conoces a alguien encantador de repente te dan ganas de sacarle los ojos con una cuchara?
-I don’t understand.

-No, nada. Dije una estupidez.