domingo, 29 de abril de 2007

DANA Y LOS CIGARRILLOS

Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me ofreció un cigarrillo.

Ignacio Wild


3. LA CHICA

“¿Dana, te puedo cortar los dedos uno por uno? Con mostaza saben riquísimos”. Sus frases favoritas en español se limitan a “Tengo jaqueca”, o “Soy alérgica a la aspirina”, por lo demás no es que entienda mucho, así que por eso me permito decirle ese tipo de cosas. Ella solo ríe y asiente desprendiendo diversos ruiditos de su boca. Algo parecido a una gata en celo. Eso me gusta. Imagino una Cat Fight entre la Coca Sarli y ella. Por supuesto, como tributo a todas esas tardes en las que mi gran ideal era pasarme todas las mañanas tumbado en la cama pensando en las tetas de la Sarli, la Sarli siempre será la ganadora. Dana es caso aparte.

Tiene el cabello corto y rubio, casi llegando al blanco. Tiene ojos azules que resaltan de su tez blanca, y en ocasiones brillan en la oscuridad. Sus labios son pequeños y encajan perfectamente con sus dientes blanquísimos y sus cigarrillos mentolados favoritos. Su estatura es baja comparada con el metro ochenta que mido yo. Sus senos son de talle treinta y cuatro y en ocasiones no utiliza brassier - me doy cuenta de esto porque sus pezones están en constante erección, quizás por el frío-. Es delgada tanto como yo. También, por lo que puedo deducir, por el tatuaje en su hombro izquierdo, es fanática de Winnie the Pooh.

Desde niño siempre odie a Winnie the Pooh. Tenía un sueño en el que Winnie the Pooh me perseguía torpemente con una sonrisa mientras me gritaba: “¡Me fumaré tu salchicha como un habano cubano!”. Al final del sueño esa sonrisa se convertía en algo así como en sopa de miel, zanahoria y jugo de fresa. Entonces me despertaba. Soy anti sopa y odio que me comparen con Mafalda. Odio a Mafalda.

*

Después de una noche, especialmente echada a perder, Dana me dijo que si caminábamos un poco. Al final, fui por mi campera, mi bufanda y accedí.

Todo el camino, veinte cuadras exactas, le hablé de lo cansado que estaba, que deberíamos parar la joda, que el cuerpo humano no está hecho para recibir tanto alcohol y drogas juntas, que lo recomendable es dormir ocho horas diarias. Que también sería bueno comer de vez en cuando. Pero ella simplemente me apretaba el brazo, me sonreía y me decía: “Hoy bailar también, James”. En realidad, yo quería pensar en otra cosa que no fuera Dana y lo difícil que es tratar de tragarse -con muchas cervezas encima y por impresionar a la chica- una bola de billar.

Le respondí: “Eso está bien Dana. Estoy hecho pedazos, la resaca me está matando, esta mañana vomité sangre, la mandíbula -de tanto abrirla- también me duele y, la verdad, estoy sin un centavo; pero bueno, viendo lo insaciable que sos y esa carita tuya, tus ojos, los cuales ya te dije los quiero sacar cuando yo atraviese mi estado más masoquista posible, no puedo negarme. Voy contigo hasta el fin del mundo. Así que vamos a bailar esta noche”. “Cool” me respondió y luego, como por inercia, añadió: “Antes pasar por una peluquería. Desde que venir a la Argentina me creció el pelo a borbotones”.

No sé de qué habla uno cuando uno habla de borbotones, pero le creo a Dana todo lo que ella me diga. Tal vez cuando uno viaja a otro país le crezca el pelo a borbotones.

Entramos en la primera peluquería que vimos después visitar otras treinta peluquerías más. En ninguna otra le coloreaban el pelo como ella lo quería, y en esa tampoco, pero por fin, le agradecí a Dios, dijo que ya no quería caminar. Lo primero que hizo fue sentarse en la silla y pedir que su pelo fuera más corto y de un color más blanco. Al final también me convenció de que también llevara el pelo más corto y más negro. Pensé: “Soy Tomás, el hombre cuyo pelo parece una peluca”.

*

A Dana le gusta The velvet underground and Nico y el café. A mí me gusta el café y también The velvet underground and Nico. Por hacerme el inteligente le dije: “Lou Reed, as single is bad!” –La verdad Lou reed como solista apesta, pero me vale un coño-. Ella me respondió encogiéndose de hombros: “I don’t care”.

Buena respuesta, es como una señal. Supongo que a ella no le importa nada, y por eso vinimos a tomar café en un sitio llamado El inmaculado, que no sé porqué se llama El inmaculado porque la verdad este sitio no tiene nada de inmaculado. La pintura de las paredes se cae a pedazos en las mesas de madera que están roídas por quien sabe qué - me imagino que tal vez por una rata gigante que se llama Splinter-, los meseros no llevan uniforme, pero uno de ellos sí que lleva una camiseta con un logo que dice “Johnny Ramone is death” -nadie se lo discute-, y por lo general parece que nunca hubieran hecho la limpieza. Supongo que el dueño del lugar sí es bastante inmaculado, o quizás su apellido sea Inmaculado y, a juzgar por el sitio del que es dueño, es cómplice de algún asesinato.

*

Mis sospechas de que en este sitio hubo un asesinato aumentan cuando nos traen el café. El café sabe a todo menos a café y Dana, de inmediato, quiere vomitar. Yo también quiero vomitar.

-¿Dana?- le digo.
-What?- me responde.
-Sabes Dana. Alguna vez escuché una frase que decía: “Al que vomita Dios le ayuda”. Dios ayuda por todo, y francamente me pregunto por qué no creo en él. Tal vez si creyera en él todo estaría mejor, ahora todo está más o menos por la mitad. Aunque no tengo muy claro qué es lo que es “está por la mitad”. Mi padre solía decir todo el tiempo, cuando bebía vino con sus amigos y llegaba a casa como una cuba: si realmente hubiera roto la crisma de tu mamá cuando se fue en lugar de estar fantaseando con la idea de cómo hubiera sido romperle la crisma a tu mamá cuando se fue. Al menos entonces todo estaría bien jodido de verdad. Ahora todo está solo por la mitad.”- le tomo una mano- ¿Qué crees que es la mitad, Dana?
-I don’t not James. No te entender muy bien. ¿Decir algo de un body partido a la mitad?- me responde.
-No, nada partido a la mitad. Si así fuere, el único cuerpo a la mitad sería el tuyo- le digo.
-Creo voy a vomitar- me responde.

-De acuerdo- le respondo.

Se levanta de la silla y, rápidamente, corre hacia los toilettes. Yo la sigo de cerca y allí, en el toilette, vaciamos esta vida y la otra en el inodoro. Mientras ella vomita, la escucho gritar constantemente en español a través de la pared que nos separa: “¡Todo es una mierda, la puta que te parió!”. Suele suceder que cuando uno está aprendiendo un idioma extraño siempre se aprende primero las malas palabras. Yo miro mí vomito, es sangre de nuevo; nunca en mi vida había vomitado sangre, salvo un día en que en un partido de fútbol me pegaron en la cara con la pelota y yo ni siquiera jugaba, solo era un simple espectador. Pero por la nariz sí que he sangrado desde chico. En la escuela siempre manchaba las hojas donde escribía y entonces las hermanas Mercedarias creían que me agarraba a golpes con mis compañeras. En ese tiempo odiaba a las niñas; hoy, secretamente, sigo haciéndolo. Pero, me dejo contagiar del espíritu de Dana y también grito en ingles: “I love George Bush!”.

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