Al final de todo, ella entornó los ojos, pero me
ofreció
un cigarrillo.
Ignacio Wild
2. YO, TOMÁS
Hace tiempo dejé de creer en las personas. Hace tiempo dejé de creer en mí. Hace tiempo dejé de creer en la lluvia, y hace tiempo dejé de creer en el regocijo que brinda la oscuridad. De hecho, hace tiempo dejé de creer que hay que creer. Pero, a veces pasa que una sola persona, de carne y hueso e insignificante, te cambia el mundo de un tirón. Suele suceder con mucha frecuencia, o eso al menos es lo que me decía mi padre cuando llegaba a la casa después de trabajar y entonces se colocaba a observar las fotos en donde, supuestamente, alguna vez estuvo mi madre, antes de irse para no volver nunca más, al lado de un avestruz. Él decia:
“Tomás, esto suele suceder todo el tiempo y no puedes escapar. Y te das cuenta porque empiezas a ver a la molesta, flatulenta y gorda señora que está sentada al lado tuyo en el colectivo, y que uno quiere estrangular a toda costa, como simplemente la señora que está sentada al lado tuyo en el colectivo, y entonces le sonríes. Te das cuenta porque tal vez piensas que quizás si te tiras por la ventana puedas volar como superman. Lo digo en serio. Yo me tire por la ventana, y lo único que obtuve fue una fractura de cuatro grados en el pie izquierdo y no poder jugar al fútbol nunca más como un diez”.
Eso es verdad. Mi padre nunca fue un diez. En la escuela nunca lo ascendieron de otra posición que no fuera ser arquero, y entonces compuso una frase que solía repetir todo el tiempo:
“Sepan, arqueros de todo el mundo, les deseo la muerte, lenta y lo más dolorosamente posible”.
Yo creo ciegamente en esa frase, pero, aunque sé que si mi padre se hubiera propuesto verdaderamente jugar como un diez, nunca lo hubiera logrado. ¿Saben? Justamente, en este momento, me doy cuenta que Dana le dio un giro de ciento ochenta grados a mi vida. Ahora fumo cigarrillos suaves que dejan mi aliento fresco, me erizo el pelo con gel y solo uso camisetas con un estampado de tres por cuatro que dice “I hate the world, because is so stupid”. Dana se ríe. Me encanta su sonrisa.
“¡Oh, Dana, oh, Dana, sweet Dana, oh, Dana... oh, happy day!”.
*
Llevo un sable Jedi y me considero un mercenario. Eso es lo que digo siempre que salgo de casa y por alguna extraña razón algún policía, con un parche en el ojo, me dice:
“¿Chico, eres mayor de edad? No puedes beber cerveza, cantar, y luego tirar la botella por los aires. Puedes lastimar a alguien”.
De chico quería ser un cantante que entornara los ojos. A medida que crecí ya no me importó ser un cantante. A medida que crecí, solo me importó saber entornar los ojos y simular que cantaba. Cantaba karaoke. Una vez tuve una banda musical, se llamaba No nos importa nada, naturalmente, yo era el único integrante; nadie quería ser parte de una banda musical en la cual su única filosofía precisamente no era hacer canciones, sino saber entornar los ojos en el escenario. En mi único concierto me rompieron la cabeza con una lata de cerveza. Esa fue la única cerveza que bebí esa noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario