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Ignacio se siente perdido, y aunque ya se lo esperaba, nunca pensó que llegaría el momento; al menos no qué llegaría mientras aún estaba vivo. Siempre se imaginó morir en los brazos de Camila pidiendo un último cigarrillo mientras en la radio suena Wagner a toda castaña – que se note que es un instante dramático-. Pero ahora las cosas son distintas, todo su mundo se vino al garete, se fue por la alcantarilla, se mezcló con las inmundicias de otros, se llenó de lo peor: humanidad.
El cigarrillo está en su estado terminal. El cenicero está lleno de colillas apagadas a la mitad. El humo hace que ardan los ojos. La discusión entre Ignacio y Camila sube cada vez más de tono, las palabras hieren como puñaladas que le dan un marrano decembrino. Un vaso de cristal se estrella contra la pared. Las lágrimas saltan de los ojos.
-No me digas que sí porque no te lo creo.- dice Camila mientras intenta salir de la habitación esquivando a Ignacio que está clavado en la puerta como una estatua.
- Es verdad, créeme, te lo ruego, por favor.- dice Ignacio.
- Lees porque tu vida es miserable y no encuentras nada que hacer con tu tiempo libre – dice Camila.
- No me ofendas.- dice Ignacio.
- Crees que si tu cerebro sabe algo de más eres una persona diferente, especial. Te digo: no es así, leer es para perdedores, los ganadores tienen metida su cabeza en otros asuntos, ¿nunca te has preguntado por qué esos personajes que no saben más de la vida que amarrarse los zapatos consiguen cosas mejores que tú?
Ignacio enciende otro cigarrillo. Se le ocurre que sí ha conseguido cosas mejores que otras personas, que una de esas cosas es Camila y su pequeño hijo, David. Pero que no abre la boca, se limita a apaciguar su ira mirando hacia el piso, temblando, mordiendo su labio inferior. Él sabe que Camila siempre fue hiriente en sus comentarios, pero siempre eran eso: comentarios sueltos, dichos al unísono. Ahora todo va unido a todo, nada está suelto al azar, cada herida es justa, nunca nadie mereció ser acuchillado como lo es él en éste momento.
- ¡Si me dejaras quererte a mi manera, todo sería más fácil! - dice Ignacio en un mal contraataque. - ¿Qué te hice para merecer esto? ¡Sabes que soy alguien muy sensible!
- Tan sensible que pareces una nena. Una nenita que necesita de su mamá.- dice Camila.
- No sé en qué momento las cosas cambiaron tan drásticamente.
- Todo cambió hace muchísimo tiempo, ni te diste cuenta, ¿el por qué? es algo importante para que te preguntes. Considéralo y vete a masturbarte, aprende sobre esos nuevos teléfonos celulares, o simplemente haz de tu vida algo útil, conviértete en lechero. Un lechero es algo útil. La gente necesita leche en su sangre- Camila dice todo esto apartando a Ignacio de la puerta y saliendo de la habitación. - Aunque pensándolo bien, no creo que llegues a tanto. No creo que una persona como vos llegue a los segundos actos.
Ignacio cierra la puerta en la cara de Camila. Camina hacia el centro de la habitación y suspira. Coloca sus manos sobre su rostro cómo si con ese mero gesto la vida regresara a su curso normal, le da una calada al cigarrillo.
Camila, parada en medio de la sala, con lágrimas en los ojos, mira atentamente a su hijo de diez años, David, que duerme plácidamente en uno de los muebles. Susurra: “Nunca seas cómo tu papá.”
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David, sentado en las sillas de la sala de urgencias, se despierta de golpe. Mira a ambos lados y no ve a Natalia. Intranquilo se para de la silla y camina hacia una enfermera.
- Perdón, ¿de casualidad no vio qué se hizo la muchacha que estaba conmigo en aquellas sillas?- pregunta David señalando las sillas.
- Sí, ya la estamos atendiendo, está con el doctor.- dice la enfermera.
- Bien.- dice David recuperando la calma.
2 comentarios:
qué pena la comentadera, pero supongo que así publicará más seguido. Éste en específico tiene frases muy brutales.
Cambio y fuera.
home, todo es bien, seguí comentando, se te agradece. Y sí, espero publicar más seguido.
Saludo.
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